martes, 18 de octubre de 2011

Alexander S. Neill



la escuela Summerhill con sus más de ochenta años, que fundara el escocés A. S. Neill. Como es sabido se ha convertido en paradigma de la denominada pedagogía no directiva y actualmente es dirigida por Zoe, la hija del conocido pedagogo. En la campiña inglesa, en un paraje bucólico, se alzan varios edificios donde unos setenta niños y niñas viven y aprenden. Las peculiaridades de la escuela son bien conocidas: no hay exámenes, ni calificaciones, ni obligación de asistir a clase, se rige por un autogobierno asambleario… En ella se forma, básicamente, a las personas con el firme objetivo de procurar su felicidad presente y futura, en la medida de lo posible. Para ello el esfuerzo se concentra en las actividades creativas, la convivencia, el mutuo respeto. Neill creía que la libertad y el amor, es decir, los entornos que los promueven, nos curan de esa enfermedad llamada civilización. La pedagogía que rige Summerhill procede de fuentes freudomarxistas, entre otras, y, aunque Neill confiesa en algún lugar no haber leído jamás a Rousseau, la huella del pensamiento educativo del peculiar ilustrado, resulta omnipresente.

A. S. Neill entiende que en el ser humano hay fuertes tendencias, socialmente moldeadas, hacia lo que denomina “anti-vida”. En Summerhill procura hacer una escuela que sí responda a las humanas necesidades, es decir, a la vida, a lo que contribuye a una vida sana. Porque el miedo a lo vital, en su concepción, llega a ser un elemento configurador y determinante de nuestra sociedad. Por eso, ésta se halla profundamente enferma, en la medida en que en ella los seres humanos no logran los medios para su realización como personas y su alegre humanización.
Neill identifica numerosos síntomas de la enfermedad de nuestra cultura, como también Fromm. Afirma que el miedo anti-vida se aprende básicamente en la cuna. Se apoya en el psicoanálisis para explicar el proceso por el que esto ocurre y las tendencias que, una vez interiorizados estos miedos, operan en contra de nuestro crecimiento.Para el psicólogo, la existencia humana ha de racionalizarse, no en el sentido de intelectualizarla, sino en el de humanizarla, es decir, haciendo que responda a las necesidades específicamente humanas. Esta humanización implica el desarrollo de una equilibrada vinculación afectiva con los otros hombres y con el mundo, ya no gobernada por las relaciones cosificadas y alienantes, sino trasmutada en una suerte de amor maduro que describe bellamente como una relación fraterna en su famosa obra El arte de amar. En sus reflexiones demuestra la humananecesidad de fraternidad, porque para él la felicidad siempre es con elotro, nunca solitaria.

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